El Monte Fuji visto desde la playa de Inamuragasaki

Horas japonesas: una conmoción existencial

Por José María Kokubu

Hace doce o quince años, un amigo italiano, Mario Guerra, cantante aficionado, amante de la buena música, la buena conversación, la belleza y la cocina, me recomendó, conociendo mi variada composición étnica y mi debilidad por la cultura japonesa, la lectura de un libro que tenía lugar privilegiado en su biblioteca: Horas japonesas de Fosco Maraini. Me puse a leer las primeras páginas, que hicieron, debo confesar, un impacto. Evidentemente, el autor era un amante de Japón y sus cosas, poseedor de un riquísimo espíritu europeo meridional. Pero en esa somera incursión me costó conciliar la abundancia literaria de Maraini con el sobrio ascetismo de la cultura que él describía. Estaba sin duda influido por el prejuicio infundado de que los italianos, por su musical abundancia verbal, eran acaso ineptos para describir con justicia la sobriedad japonesa, centro absoluto de aquel raro universo estético.

En resumen, debieron pasar esos doce o quince años mirando ocasionalmente el grueso volumen en mi biblioteca sin que atinara a emprender su lectura. Lo hice apenas unas dos semanas atrás… Fue un flash o, si prefieren, un satori. Un recuperar en un instante ingentes riquezas que creía no haber sido capaz de conservar enteras en mi memoria. Volvieron infinidades de recuerdos, enriquecidos por esas palabras musicales que domina Maraini, retomando vida propia, regresando de antiguas cartas y fotografías, ya algo desteñidas…

Todo empezó con dos austeros y fogosos años de estudiante, entre el 77 y el 79, que dieron un completo giro a mi vida, a mi pensamiento, a mi manera de ser. De vuelta en Argentina y casi sin darme cuenta, vocal suplente de la Asociación Argentino Japonesa, presidida por el embajador Carlos J. Fraguío, que contaba entre sus socios y dirigentes con figuras como Jorge Luis Borges, Jorge Oría, María Kodama, Gyula Kosice, Violeta Shinya, Orlanda Yokohama, Walter Gardini, Virgilio Tedín Uriburu, Seisaburo Mukoyama, Antonio Takinami, Jorge Revello… Una élite cultural, diplomática y empresaria, unida por la fascinante atracción de un maravilloso país, que será muy difícil de volver a reunir en tan áulico conjunto. Más tarde, vocal titular, prosecretario, secretario, mano derecha del embajador, persiguiendo nobles fines de paz, crecimiento y amistad internacional.

Para ser breve, hasta 1999, en incesante trajinar entre Argentina y Japón, fueron más de 20 años que van desde mis épocas de estudiante en la luna de Osaka y Tokio y mi matrimonio, hasta los tiempos de duro y concreto trabajo, construyendo puentes, accediendo a niveles cada vez más altos, pasando por presidentes de gigantescas corporaciones argentinas y japonesas y culminando en invitaciones privadas del Gran Chambelán del Príncipe Heredero –el embajador Kazuo Yamashita amigo y paciente odontológico–; de los presidentes de la Cámara de Diputados, Yoshio Sakurauchi, y del Senado, Yoshihiko Tsuchiya, del Parlamento japonés; y del Príncipe Takamado no Miya, presidente honorario de la Japan Foundation (Nihon Kôryû Kikin).

En total, nueve veces me tocó viajar al país del sol naciente en misiones privadas, oficiosas, semioficiales y oficiales, facilitando negocios, difundiendo nuestra cultura argentina, promoviendo acercamientos, gestionando un importante premio para la Asociación Argentino Japonesa; y, para mi ex jefe, el Embajador Fraguío, una audiencia con Su Majestad el Emperador. La máxima cumbre de mis experiencias fue ser invitado a tomar el té, en serena intimidad, en el palacio del Príncipe Takamado no Miya y su consorte, la Princesa Hisako.

Japón me regaló horas maravillosas, inefables. Indecibles hasta que hace apenas dos semanas me encontré con Fosco Maraini y sus Horas japonesas. Permítanme, estimados amigos, compartir con ustedes mis horas japonesas, tomando en préstamo la extraordinaria pluma de Maraini. Jamás habría podido expresar adecuadamente los sentimientos que me provoca el país de la mitad de mis antepasados. ¡Gracias tanito hermano, gracias por tu inspiración, gracias por devolverme veinte años de mi vida!

Próximamente continuarán recibiendo una selección de Horas japonesas, que espero sean para ustedes de tanto deleite y regocijo como lo son para mí.

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